En estos días veraniegos he tenido el placer de pasar unos días en la playa, en un apartamento de Cambrils. Durante mi estancia pude presenciar una escena que me ha hecho pensar mucho. Un grupo de 5 o 6 niños y niñas estaban aparentemente jugando en la piscina comunitaria de los apartamentos. Los padres, cada cual sabrá lo que hacía, pero parecería que todos estaban tranquilos porque sus hijos jugaban con «amigos». Mi sorpresa fue cuando, estando en la terraza del apartamento, empecé a escuchar palabras subidas de tono; una de las niñas, voy a llamarla Claudia para referirme a ella aunque no es su nombre verdadero, estaba machacando verbalmente a otra niña, voy a referirme a ella con el nombre de Olivia (aunque tampoco es su verdadero nombre). Las niñas debían tener unos
10-11 años.

Un juicio como juego

Claudia había diseñado un juego a la medida de sus ansias de maldad: hacer un juicio a Olivia en presencia de las otras niñas para mayor escarnio. No describiré la conversación porque sería larga y ya ni siquiera me acuerdo de las groserías que le dijo, sólo quédate con la metáfora de alguien a quien acorralan y le van dando bofetadas verbales a izquierda y a derecha hasta dejarla casi noqueada. Olivia, claro está, lloró varias veces. Pero su perseverancia en intentar ser aceptada por la maldad y el resto del grupo y hacer las paces la hacía permanecer estoicamente allí, en la piscina. Los otros niños adoptaron una actitud neutra, expectante, más decantándose del lado de la maldad. La cosa se calentó. Olivia se fue a una esquina de la piscina para estar sola, pero Claudia fue a buscarla. Le dio otra bofetada verbal y antes que Olivia pudiera responder se metió dentro del agua. Olivia salió de la piscina llorando, sollozando. Ya no pudimos aguantar más de estar allí como meros observadores y hablamos con la chica. Oye Olivia, ¿Qué te pasa? casi no podía hablar de sollozos; «Es que tenemos un problema pero no me deja hablar, no escucha. Yo quiero solucionar el problema hablando pero ella…». Pobrecita, no se dio cuenta que estaba delante de la maldad.

Dos problemas

Olivia pensaba que había un problema entre ellas y quería solucionarlo. Pero no había un problema entre dos personas, había dos problemas por separado. Un problema de la chica tirana, por tener estas ansias de dominar a costa de hacer sufrir a una persona. Y otro problema de la otra chica por dejarse hacer daño y tan prolongadamente, y ni tan siquiera ver las intenciones de la otra chica.

Mejor sola que mal acompañada

Para apaciguar a Olivia le dijimos que ella lo estaba haciendo bien, que ella había intentado arreglar el problema (el supuesto problema) hablando pero que si de dos uno no quiere no hay nada que hacer. La vi tan desalmada que no me pude aguantar de decirle que para tener «amigas» como esas mejor estar sola; mejor sola que mal acompañada. Que ya encontraría los verdaderos amigos.

Y ya está, todo pasó. Al anochecer volvía a estar todo el grupito jugando a cartas a la luz de una farola de la piscina. Y la bondad y la maldad seguían allí, junto al resto de niños, como si nada hubiese pasado.

Reflexionando…

Y todo esto, sin querer, me hizo pensar en varias cosas:

1. ¿Dónde estaban los padres de las dos niñas durante todo el espectáculo? ¿No sacaron la cabeza ni un momento para pillar una sola frase y ver que la cosa se estaba pasando de límite? Unos padres para amonestar a su hija y educarla para que respetase a las personas. Y los otros padres para enseñar a su hija a defenderse mejor y educarla para que nadie le vuelva a poner el pie en el cuello.

2. Y luego pensé, ¿ Y si esto que has presenciado hoy le pasa a tus hijos? ¿O a caso tienes ojos cuando están en el patio del cole o en cualquier otro sito? Buf, ¡Qué escalofrío! ¿Cómo se detecta el bullying? Es brutal ver como las personas del entorno lo encubren haciéndose cómplices del acto. Los niños tienen miedo a dar un paso al frente. Y los adultos es fácil que estén distraídos o no estén y no se enteren.

3. Supongo que la única manera de ayudar a prevenir a tus hijos del bullying es educarlos a tener una actitud valiente en la vida. Educar para que siempre respeten a las personas. Educar para que haya comunicación entre padres y hijos. Recuerdo que una de la obsesiones de Olivia era que su madre le iba a regañar si volvía a casa y decía que se había peleado con el grupo. ¿Cómo se puede llegar a tener miedo de ir a tu madre para decirle que una pandilla de sinvergüenzas te están haciendo sufrir?. Educar para ser valiente en la vida. Para decir: a la mierda niña, aquí te quedas. Y poner todas las fichas del Póquer encima de la mesa. Y si pierdes el grupillo de «amigos» de verano pues los pierdes, pero no te dejas pisar.

4. El Yin y el Yang. Parece que es cierto eso del Yin y del Yang. Que la bondad siempre va de la mano de la maldad.

5. Los niños copian patrones de comportamiento que ven en sus casas. Así que hay que vigilar. Es difícil que un niño tenga una conducta más o menos correcta si en su casa los padres se comportan como unos tarugos.

6. Qué dura es la pubertad y la adolescencia. Los niños pueden ser tan crueles con ellos mismos.

7. Que esto de educar es muy pesadito y si bajas la guardia o estas ausente en las funciones de educador el árbol empieza a crecer torcido y luego a ver quien lo endereza.

Tu opinión me importa, así que si quieres di la tuya.