Todo se desvanece, mientras dura es bonito pero su curso inexorable es desvanecerse. La suerte, o calvario, es que raramente nos damos cuenta de nuestro propio desvanecimiento, físico, psíquico. La memoria, esa compañera de viaje que nos hace creer que somos de una determinada manera porque solo nos hace acordarnos de lo que le interesa.

En las películas de Tarzán iba saltando de una liana a otra, qué bonita la imagen. A veces me da la sensación que la mente humana es un poco así, que va saltando de un pensamiento a otro, como hacía tarzán, dejando abajo un abismo de vivencias que ya no nos acordamos. ¿Dónde está almacenado un recuerdo? ¿Qué les pasó a esas neuronas que retenían esa información? Es un misterio, que seguramente solo muy pocos estudiosos saben cómo funciona.

Se sabe que la emoción graba recuerdos a fuego, que duran mucho tiempo. Una canción que te emocionó en un momento de la vida graba una vivencia, un instante en el tiempo. Oyes la canción, te viene el recuerdo. Es un mecanismo mágico y precioso.

Un olor agradable, huelo tomillo y me acuerdo de mi pueblo, de mi padre, de mi abuelo, es inevitable. Un olor te arrastra al árbol genealógico en una milésima de segundo, sin tan siquiera tener el control. ¿Hace falta tener el control? No, mejor dejarse llevar, como decía Bruce Lee, “be water my friend”.

Luego hay la memoria colectiva, familiar, amigal. Yo la definiría como esa parte de la vida que te cuentan tus amigos, tus seres queridos y que ya no te acuerdas. Yo tengo muchas lagunas ya en mi vida, cosas que he dicho, que he vivido y no me acuerdo, y de repente alguien me lo recuerda, y en eses momento es como que me sumerjo de nuevo en esa vivencia. De alguna manera tus amigos, familiares, colegas del trabajo son como tu red neuronal, una extensión de ti que te recuerda trozos de tu vida.

La cuerda de la vida se va acortando (¿Quién dijo esta frase? Ahora no me acuerdo), y con ello vamos dejando atrás gran parte de detalles sobre nuestras vidas, películas que no nos acordamos del nombre, a veces ni siquiera que la vimos, lugares de vacaciones que no recordamos el nombre, a veces ni que estuvimos. Pero todo eso da igual, el caso es que lo vivimos y ahora vivimos este presente.

Supongo que la naturaleza es inteligente y sabe que para llegar al final hay que soltar amarras, ir dejando caer cosas por el camino. Solo la gente que te quiere te hará recordar aquello que vale la pena, hará que no muera el recuerdo.

Esto es lo que suele pasar con los abuelos. Raramente mueren cuando mueren, porque siguen ahí contigo. Una generación aguanta el recuerdo de la anterior. En cada frase que sale espontáneamente de tu mente hay un trozo de tus ancestros, ni siquiera lo puedes controlar, es como una catarsis. Si has tenido la suerte de tener abuelos, que vivieron mucho como los míos y te quisieron sabes de qué hablo, es imposible olvidarlos, jamás mueren. Este es el triunfo de la vida, irse sin llevarse nada y dejar tanto a los que se quedan de ti.

No sabemos gran cosa de la vida. Ni siquiera somos capaces de ver la vida en todo su encaje con la muerte, seguro que todo encaja, pero no somos capaces de verlo.

Y todo esto me hace pensar que visto así todos formamos parte de la misma cosa, no hay tú ni yo, existe un “somos” colectivo, parte de mí está esparcido en recuerdos en otras personas, quizás algunos de estos recuerdos están en ti que ahora lees este artículo, quizás en mí tengo recuerdos de ti que completan tu historia.

La sabiduría emana del silencio.

El amor está en el recuerdo del otro. El recuerdo es un puente virtual que une dos almas.