Hay unas flores de color amarillo cerca del río en el que voy a andar que me tienen el corazón robado (esto quizás es una traducción literal de esa frase tan bonita del catalán que dice “em té el cor robat”).

Ayer fui a caminar y estuve unos segundos mirándolas, acercando mis dedos a sus pétalos, las olí, no hacían mucho olor. Su presencia es eclipsadora, es como un mini-sol en la tierra.

Me imagino ser una flor, cómo sería. Me lo imagino como el súmmum de todas estas corrientes del mindfulness y el estar presente. Estas flores están presentes, allí plantadas a la orilla del río, tomando el sol cuando hay sol, tomando la lluvia cuando llueve. Asumen la realidad tal como es. Saben que su vida es efímera, quizás de unas semanas, pocos meses a lo sumo. Pero saben que otras flores como ellas saldrán, y que alguna semilla quedará por allí, esperando el momento para salir el próximo año.

Imagino ser esa flor. Es puro ser, nada de pensar, solo sentir. La mente humana nos ha dado grandes beneficios y alegrías, pero asumamos, también suele ser fuente de comernos la olla, de pensar más de la cuenta, de pensar de manera negativa. También se puede pensar de manera positiva. Incluso se puede practicar para no pensar, solo estar presente. Todo esto en nosotros supone un gran esfuerzo de trabajarse, de cultivarse. Estas flores que veo lo llevan ya de saque, son pura existencia, pura presencia.

¿Son conscientes que existen? Yo creo que sí. ¿Un pájaro es consciente que existe? Yo creo que sí. Andas por el camino, y ves un pájaro en una rama, de repente él te detecta y se queda inmóvil para ver si pasas de largo, mientras piensa si decide mantenerse allí o alzar el vuelo. Ese pájaro sabe que tú estás allí, y que él está en la rama, como sucede al revés, nosotros sabemos que existimos y que en la rama hay otro ser que le llamamos pájaro.

El otro día leía en la contra de la Vanguardia la entrevista a un hombre que se llama Paco Calvo, que se ha dedicado a investigar la inteligencia vegetal. Decía en la entrevista que después de los estudios que tienen indicios que las plantas se comunican entre ellas, que piensan en el futuro y toman acciones para anticiparse. Todo esto lo ha plasmado en un libro que se llama Planta Sapiens por si te interesa.

Hoy he vuelto al camino del río y no se veía el color amarillo. Me he acercado donde ayer y he visto que la planta estaba, pero las flores estaban completamente cerradas. Supongo que al cabo de un rato, al notar el sol, la luz, se habrán abierto y habrán pasado otro día. Así de simple, abrir y cerrar, abrir y cerrar, hasta que se acabe, asumiendo el destino tal como viene. En su indefensión está la belleza, ellas no se protegen de posibles peligros, de alguien que pueda venir y arrancarlas, ellas asumen el destino tal como es. Como mucho esparcen sus semillas, polen o lo que sea para renacer en otro sitio.

La vida de los humanos en comparación es tan complicada, ¿Verdad? Nacemos con el cerebro reseteado, virgen, no sabemos nada. Pasamos años y años metiendo cosas dentro del cerebro para hacer lo básico: saber hablar, con un poco de suerte comunicarse, saber de matemáticas, de geografía, de biología, de química, de física, de relacionarnos los unos con los otros. Y hay tantas tentaciones por el camino para llevarte por el mal camino, que no sé cómo seguimos en pie. El otro día veía el documental de Movistar de Miguel Bosé, son 4 capítulos, me gustó, pero piensas, menuda vida más tortuosa y de sufrimiento que ha pasado este hombre, cuantos peligros salieron en el camino, cuantas minas pisó… un milagro que siga allí.

Y por esto me fascina tanto esa flor amarilla, con su sencillez me demuestra cuán superior a nosotros es en su estilo de vida, como es un ejemplo de vivir el presente, sin miedo, disfrutando y padeciendo lo que te da el tiempo en cada momento y asumiendo el final cuando llegue de manera elegante y silenciosa.

Hasta la próxima temporada, que volverá su descendencia.