El domingo que viene ya no estarás, todo se acabó, vamos a imaginarlo. ¿Qué harías esta semana que viene? ¿Qué harías el lunes?

Pregunta irreal, respuesta irreal: trabajar seguro que no. Iría a buscar todas las personas que amo y sin avisarlas las iría a ver. Ni tan siquiera gastaría tiempo enviando un mensaje para avisar. Cuando las tuviera delante mio, no pararía de sonreír, una mirada afable y cándida, y hablaría con el corazón, de lo mucho que hemos hecho juntos, de lo mucho que nos hemos querido, de lo mucho que le echaré de menos.

Nada de lo que nos entretiene hoy en día me serviría, no querría ver ninguna serie en Netflix, HBO, Filmin. No querría empezar ningún libro. Quizás escucharía algunos álbumes de música como escucho ahora. Por cierto, mi amigo Spotify me ha sugerido un album de un cantante de Islandia, qué jodido es este Spotify, cómo te tiene calado los gustos, llevo 3 canciones escribiendo esto y ya me ha conseguido arrancar unas lágrimas. Una persona hipersensible no puede escuchar un cantante hipersensible, porque provoca un estado íntimo y profundo, bonito y tierno, pero a la vez denso.

Bueno, estábamos en lo que harías el lunes si el próximo domingo ya no estuviéramos aquí. ¿Qué harías? puedes pensarlo y seguir al cabo de unos momentos…

Mientras vives tienes la sensación que la vida no se va a acabar nunca, ¿verdad? Aunque la rutina suele ser matadora, en el fondo es tranquilizante y reconfortante, te lanza un mensaje de: todo está igual, todo está bien. Pero en el fondo de nuestro corazón sabemos que hay un final, a cada uno le llega en un momento. No nos lo imaginamos, no queremos imaginarlo. ES TABÚ, generalmente.

El paso de uno por esta vida es surrealista, todo lo que vives es como un espejismo. Una vez estuve en ese país, en este otro, una vez estuve en una empresa y conocí a esa gente. Al cabo de 20 años miras atrás y te parece una etapa remota, un sueño, dudas incluso que lo hayas hecho, te sorprendes como con tu yo pensar que un yo pasado fue capaz de hacer todo lo que has hecho. ¿Te vuelves más miedica, más prudente? Pienso cuando estuve en Rusia con un amigo, haciendo el transiberiano, cruzando Russia, hasta llegar a un lago largo como España, el Lago Baikal, que está en Irkusk, en el quinto pino. ¿Cómo lo hicimos? ¿Cómo fuimos tan valientes? ¿Qué queda de todo aquello? Recuerdos, vivencias, bonitos recuerdos. Ya no se puede repetir, no en esas condiciones, con esa edad, esa inocencia, supongo que por eso es tan bonito lo que vivimos cuando lo vivimos.

El caso es que vamos quemando nuestra mecha de la vida, sin ser muy conscientes, y tampoco sabemos el trozo de mecha que nos queda, tampoco sabemos si hay más mecha una vez muramos. Bien mirado, no sabemos NADA. ¿Verdad?

Vivimos toda la vida sin saber NADA de lo trascendental. Pasamos de puntillas por este tema. Lo más que podemos aspirar, y ya es mucho, es en sentir, tener la seguridad de lo que hemos sentido. Durante ese viaje sentí armonía, felicidad, plenitud, amistad. Bueno, ya es mucho, todo eso que nos vamos a llevar. También sabemos cuando hemos sentido negatividad, toxicidad, como gato escaldado, somos capaces de oler esa sensación para no repetirla.

La belleza es tan convulsa, que no podemos resistirla. Imagina estar delante de la persona que amas, tus padres, tu hermana, tu pareja, tus hijos, tu amigo, y decirle que le quieres, que si mañana todo se acaba está bien, porque lo que te ha dado es infinito y que estás muy agradecido. ¿Lo soportaríamos, decir esto? ¿La otra persona es capaz de escuchar y recibir este amor? Supongo que por esto nos escudamos en el día a día, en conversaciones banales, por miedo a la belleza convulsa. Hay un libro muy bonito de Paco Umbral que se llama así, La Belleza Convulsa. A mí me pasa un poco que soy de efectos retardados, me leo algo y creo que lo he pillado, pero luego al cabo de un tiempo mi cerebro mete palabras sin yo querer en la cabeza, como esta expresión, belleza convulsa, que será convulsa o no será, como decía en el libro, y poco a poco voy pillando el significado.

Tendríamos que tener un descodificador de frases, para saber que en una comida familiar cuando te dicen: ¿Me acercas la botella del agua? te está diciendo tu ser querido: ¿sabes que te quiero mucho y te echaré de menos? O cuando dices, ui, qué bueno que te ha quedado esto, estás diciendo, te quiero tanto y eres tan única que no se cómo expresarlo, y por eso digo que la comida te ha quedado muy buena (que también es verdad). Y cuando a tu jefe le dices, qué listo es mi jefe, tiene mucha visión de negocio, en el fondo lo que tu subconsciente piensa es: qué suerte tengo de haber tenido una persona del calibre humano a mi lado que me ha guiado en esta jungla que es el mundo laboral.

Me acuerdo de un descodificador que nos enseñaron en la carrera de telecomunicaciones, el decodificado de Viterbi, era un algoritmo que era la leche de bueno, lo malo es que ya no recuerdo qué hacía, sólo me ha quedado el nombre del señor que lo inventó. De manera similar, yo quiero el decodificado del amor, el que traduce las frases cotidianas en frases de amor. ¿Llevas tu los niños a la extraescolar o yo? Igual a: qué suerte de encontrar una pareja como tu, que nos queremos tanto y vamos en la misma dirección.

Eso que pasaba antes que llamabas a la puerta del vecino para pedirle un poco de sal, ahora con este chisme decodificador tomaría nuevos significados, sería: qué suerte tengo de tener una vecina tan buena como tú, que sé que siempre está allí, con la que puedo hablar, compartir nuestros miedos como madres, que nos apoyamos, por cierto, ¿tienes sal? Qué bonito visto así, ¿Verdad?

Lo de pedir sal a los vecinos se ha perdido, ¿Verdad? Ya no recuerdo cuando fue la última vez que alguien llamó a la puerta para pedir sal, creo que fue cuando era pequeñito y una vecina llamó para pedirle sal o algún huevo a mi madre. Lo más que recuerdo cerca es un vecino que me pidió la llave de la puerta para salir a la azotea del edificio.

Amor, paz, amistad, humanidad, sinceridad, honestidad, humor, alegría, diversión, reír, llorar, amar, querer, perder, rehacer, crecer, ayudar, amar, simpatizar, dar, recibir, pensar, sentir, luz, emoción. Estas podrían ser las últimas palabras que yo me llevaría a la tumba. No querría saber nada de parte del mundo que he visto y no me ha gustado, las guerras principalmente. Me jode ver guerras, no las puedo ni ver apenas en la tele. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Quién? ¿Quién? Por qué se hacen, y quién da la orden. No lo puedo entender. No lo quiero entender. Yo quiero un mundo con sustantivos y verbos que he dicho, y sinónimos.

Qué más da lo que yo quiera, ¿Verdad? Qué más da lo que tú y yo queramos, ¿Verdad? El rumbo del mundo va por donde va, desenfrenado. Que vaya por donde quiera, por donde pueda, yo sé que hay muchas personas, como seguramente tú que estás leyendo esto, que eres de los míos, eres de los buenos, de los que creen en estos sustantivos y verbos, en el amor, el dar, querer. Y esto me reconforta, saber que nos encontramos por la calle, en el casa ametller y con una mirada sabemos que somos de estos, de los de querer y de hacer el mundo mejor.

Domingo que viene no sé si estaré vivo para escribir otro artículo. Si no, fue bonito mientras duró, y valga este artículo como despedida, como carta de amor a todos y cada uno de vosotros. Y si sí, si estamos juntos el próximo domingo, haré un esfuerzo por soltar un te quiero, un cómo me gustas, un qué suerte tengo de vivir contigo.